15 de noviembre de 2008

Anecdotario de Santa Teodosia

Yo, León Querejazu, del pueblo de Alda, de 88 años de edad, recuerdo, desde siempre, las romerías y rogativas, y todas las funciones que se hacían y las que se siguen haciendo en Santa Teodosia.


Las funciones principales son dos al año: una, en mayo, y otra, en septiembre. A éstas son a las que más devotos vienen sin faltar naturalmente todos los cofrades de la Santa.
Recuerdo también, que en el año 1943, murió un cofrade del pueblo de Egileor, que era el que todos los años se encargaba de traer a la ermita un predicador.
Iba a Salvatierra/Agurain, al convento, y como ya lo estaban esperando los frailes, sin mediar mucho rato, ya salía el fraile con el cofrade. Éste le acompañaba y le ayudaba a montarse en la yegua, le daba el ramal de la calabaza, y el cofrade iba por delante, a pie, mientras que el religioso iba en yegua.
Poquito a poquito subían el puerto de San Juan, por la orilla de Onraita y por el pueblo de Roiti. Para las 12 del mediodía llegaban a Santa Teodosia, donde estaban esperándoles, el Sr. cura de San Vicente, los cofrades y muchísima gente venida de Navarra, de la llanada, de todo el valle Arana, y de otros lugares.


No se me olvida, que debajo del balcón, donde estaba el predicador, tenían el puesto de almendras y demás cosas. Las almendreras de Zúñiga, que eran muy graciosas.
Y, al terminar el sermón, empezaban a aplaudir, y a dar vivas al predicador. Cosa, que todos los presentes lo hacíamos, con unas voces tan potentes que se oían desde Roitegi, y de los pueblos del valle de Arana.

Luego, la cofradía subía a la sala de arriba a comer y el predicador y el Sr. cura de San Vicente comían con los cofrades. Por la tarde, el cofrade de Egileor y el predicador montado en la yegua, otra vez, volvían por el mismo camino por donde habían venido a la mañana. Despacio, bajaban el puerto de San Juan, y, antes de dar la noche llegaban al convento del Corazón de María –que es donde residía el fraile-.
Llegaban contentos y dando gracias a Dios, por el buen día que habían tenido, y ningún contratiempo en el camino. Sólo entre Roitegi y Onraita se tropezaron con un hombre de poca educación que conocía al Sr. Víctor –que así se llamaba el cofrade-.
Le dijo: ¡Qué poca vergüenza debe tener ése, siendo joven, y va a caballo, mientras que tú, que eres viejo, vas a pie! Pero no le hicieron caso.
En Salvatierra/Agurain, después de dejar al fraile en su convento, el Sr. Víctor, se montó en la yegua y poco a poco, hizo los tres kilómetros que hay desde aquí hasta Egileor, dando gracias a Dios por todo.
Al llegar a su casa, lo primero que hizo fue desaparejar la yegua y echarle buen pienso –pues en todo el día no había comido nada-. Luego, en la cocina, durante la cena, relataba a toda la familia las peripecias vividas durante el día. Lo que más le gustaba contar en casa, era el sermón del fraile –y que lo recordaba casi en su totalidad-.
Todos le escuchaban a gusto.
Al año siguiente de morir el Sr. Víctor, me casé yo con una de sus hijas, y hemos tenido la suerte de vivir 62 años casados, felices y contentos. Pero como todo llega o pasa en este mundo, también la vida de Goya pasó.

En septiembre de 2003 se fue al cielo, donde me está esperando para poder estar juntos, de nuevo, pero no sólo para otros 62 años, sino para toda la eternidad.
Y gracias Sr., hasta que Tú quieras, gracias por todo.

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