15 de noviembre de 2008

Cómo se criaban a los hijos en Alda


Hasta hace 60 años

Cuando un niño nacía, a los dos días se le bautizaba, o antes, si había peligro de muerte. Se le trataba con la mayor ternura. Y más, si era invierno, para que con el frío no enfermara.
Según iban pasando los meses, se iba convirtiendo el niño, en el juguete de todos los de casa.
Hacia la edad de un año, acompañándole, una persona mayor, agarrándole de las manitas, ya empezaba a dar los primeros pasitos.
Cualquiera de casa lo cogía y pretendía así enseñarle a andar.
Pero no todos los niños son iguales. Algunos, eran más tardones para andar, y les costaba más andar solos.


Cuando conseguían que el niño tuviera autonomía andando, sin caerse, decían: gracias a Dios, ya va sólo. ¡Menudo trabajo nos ha quitado al andar solo!
Los abuelos decían:
¡Mira que somos torpes las personas!, en cambio, los animales nada más nacer ya corren de un lugar a otro, y de hablar a su manera, ¿qué queréis que os diga?
les costaba más hablar que andar.
¡Qué alegría para los padres, cuando el niño daba los primeros pasos, y cuando formulaba sus primeras palabras!


Hacia los dos años de edad, casi todos los niños corrían y hablaban ya muy claro, PAPÁ y MAMÁ y otras cosas, que hacían mucha gracia a los mayores.
¿Sabéis lo primero que se les enseñaba a los niños?

Lo primero era a hacer la señal de la cruz y a rezar el padrenuestro. Luego, según iban creciendo, a obedecer y a hacer y creer todo lo que les decían los padres y abuelos.
Después, como de año en año, iban creciendo, se les enseñaba a realizar trabajos propios de su edad, como por ejemplo, traer a la cocina leñas para hacer fuego por la mañana, o ir un rato a cuidar los cerdos de casa.


Cuando eran algo más mayores se les mandaba de italdicos y gabaldicos, y ésto no solamente para casa sino para otros vecinos también, porque la gente decía:
ese chaval tiene buenas piernas, ya vale para italdico. Pero el bueyero, como era cazador, llevaba escopeta, y si había caza, dejaba al italdico solo cuidando todos los bueyes.


Y el pobre chaval no podía con todos, pues unos se le metían en los trigos, otros en las berzas y los demás allá en las patatas. Y, claro, eran demasiados animales. Cuando sacaba a los del trigal, corría hacia los que estaban entre las remolachas. Y sudando, de tanto correr, ya no podía más, y ¿sabéis qué hacía entonces el italdico?
Muchas veces, se iba a casa llorando, dejando libres a los animales, a su aire. Aunque estuvieran en los sembrados.


Hasta entonces, los daños se pagaban a medias entre italdico y bueyero. Pero una vez, no valió esta costumbre, porque había muchos testigos y vieron cómo el bueyero se marchaba a matar liebres a otro pueblo y cómo dejaba sólo al italdico.


Ciertamente, el bueyero mató una liebre, pero cara le costó. Todo el pueblo, en adelante, cuando le tocaba hacer de bueyero a ese señor, no le ponía italdico.

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